
Durante su fatal mandato se asomaron, más descaradamente que nunca, las miras individuales de apoderarse de este monte, dividiéndolo en tantas partes como eran entonces los particulares pretendientes de asegurar sus respectivos bienestares, con ruina y sacrificio del general de la isla. Será necesario emigrar tan pronto como se extinga y se consuma el Monte de Doramas, de donde los naturales no solo extraen todos los aperos útiles para la labranza y la agricultura, que forman su riqueza, sino que en el territorio del mismo monte exlibran y afianzan los pastos, mantenimiento de su ganado, sin olvidarse de los muchos útiles que sufragan para los barcos de pesca, una industria que nos resta, al igual que el emparrado para las viñas, a lo que se suma la leña y el carbón que las familias necesitan para los usos más frecuentes. La Montaña de Doramas, pese a su estado actual, aún suministra también todo el combustible preciso para la fábrica de sombreros, establecida para atajar la importación del extranjero. La elaboración se trata de perfeccionar por medio del maestro que, a costa de los mayores sacrificios, mandó este mismo lugar a Marsella, de donde otro maestro acaba de llegar para, a su vez, orientar y dirigir a los artesanos que trabajan en esta industria.
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