La Selva de Doramas

La Selva de Doramas:
a la búsqueda del umbrífero bosque

Carlos Suárez Rodríguez

En la actualidad, Doramas es uno más de los topónimos grancanarios que se esconde en las faldas de una antigua montaña, cubierta en su día de un extenso bosque. Este pequeño pago de Moya, desde el que se divisa la cuenca de Azuaje -el Aumastel de los aborígenes que desciende desde las altas cumbres al Atlántico- fue en el siglo XVI una de las puertas de entrada a la célebre Montaña. A la vera del camino se erigió una ermita, la de Nuestra Señora de Guadalupe, y se organizó un ingenio de moler caña de azúcar que perteneció a Pedro Cerón y Ponce, Capitán General de Canarias desde 1533 hasta 1577, con grandes vínculos tanto él como otros miembros de su familia, con la implantación de la industria azucarera en la isla (Caballero Mújica, 1973).

Aquel bosque grancanario permaneció escondido y respetado por los insulares hasta que se consolida la conquista de la isla. Nada se nombra de él en los escritos y narraciones que sobre estas Islas Afortunadas proliferan en la edad antigua y el periodo greco-romano de nuestra historia. Este silencio venerable coincide con la visión que de la Naturaleza tenia el pueblo aborigen. Así, J. Deslile escribe en su texto De la philosophie de la Nature (1770):

Si ha existido alguna vez un pueblo respetable sobre la tierra, ese es el guanche. Cuando casi todas las naciones asfixiaban el instinto moral bajo una vil acumulación de supersticiones, los insulares de Canarias, adoraban a la naturaleza y sólo a ella.

Este autor sostiene la analogía entre este pueblo “guanche” y su religión natural con lo que comenzaba a conocerse de los pueblos indígenas americanos, razas todavía ubicadas en el Neolítico, que se vieron desplazadas y anuladas frente al empuje de las sociedades mercantiles europeas que explotaban sin limites a la Naturaleza.

Posiblemente, el guanarteme Doramas, coincidiera en su línea de pensamiento natural, con el gran jefe indio Seattle cuando elevó su voz salvaje allá en el año 1855:

cada parte de esta tierra es sagrada para mi pueblo,
cada brillante hoja de un árbol,
cada niebla en el oscuro bosque, cada claro,
cada insecto que zumba es sagrado,
para el pensar y el sentir de mi pueblo.
La savia que circula por los árboles
lleva con ella el recuerdo de los hombres.


En 1480, cuando Doramas, el “último de los canarios” en palabras de Sabin Berthelot, cae abatido por Pedro de Vera en las lomas de Arucas, se desvanece esta visión idílica de la naturaleza insular y comienza otro periodo histórico, el de su explotación y repartimiento. Los siglos venideros acogerán la consolidación, entre otros, de los monocultivos de la vid y del azúcar, y sobre todo, una nueva visión de la propiedad de la tierra y sus recursos, una visión antropocéntrica del uso de la naturaleza, que lleva pareja la merma de la visión paradisíaca del bosque.

A la vez que la Selva de Doramas se convertía en leña, carbón, madera, prados y cultivos, proliferan los cánticos, las odas, los sonetos a su efímera belleza y grandiosidad. Entre los más insignes, está sin duda el realizado por Bartolomé Cairasco de Figueroa, (1538-1610) al que le siguen otros textos como los de Abreu y Galindo en 1632.

Fue corto el periodo de exaltación del mito, de recreación de la vista con la frondosidad de un bosque que a muchos se les antojaba inmortal por su enorme fecundidad, por la promiscuidad de la vida vegetal y animal que lo poblaba, por su capacidad de regeneración, no atisbando tan siquiera el límite, el cambio de pendiente en la curva de explotación que lleva a la naturaleza a ceder, a perder su fuerza, a recluirse y a inclinarse, a la rendición definitiva frente a la devastación del hombre.

Si aquí se corta un árbol, es notorio
multiplicar el tronco muchedumbre,
que arriba en pocos años al cimborio,
de todos los demás con igual cumbre.

(Cairasco de Figueroa.)

Historia de una desilusión

Así, la Montaña de Doramas entra en la historia de la mano de los repartimientos de tierras entre regidores de cabildos, magistrados y campesinos y, si bien desde 1438 su destino inicial era ser terreno comunal, con progresiva y metódica tenacidad fue acabando en manos de propietarios privados que protagonizan el episodio de su destrucción. Entre 1804 y 1807, 149 vecinos de Guía, Moya y Firgas se repartieron 137 suertes de tierras que afectaban a más de 300 fanegadas de la Montaña y en 1812, fueron más de 1.527 fanegadas las distribuidas entre unos 1.260 vecinos de Guía y Moya.

Y ten el asiento de la Montaña de Doramas do dicen las Cuebas del Repador con todas sus cuebas, y tierras montuosas con otras dozientas fanegadas de tierras de pan, que están sobre el dicho asiento del Rapador, que van a lindar con tierras de Diego Falcón, vecino de Teror. (Caballero Mújica, Pedro Cerón y el Mayorazgo de Arucas).

Los siglos XVIII y XIX fueron los del reparto de tierras, aguas y bienes naturales. Remitimos al lector al trabajo del Dr. Antonio Santana Santana, (1984) Historia del Bosque de Doramas, donde se recoge el proceso por el cual éste se transformó en reductos, en unos escasos y raquíticos relictos.

Quedan de esta época los testimonios de Viera y Clavijo (1784), de Sabin Berthelot (1879), y otros textos de algunos de nuestros mas afamados poetas y escritores como los de Rafael Bento y Travieso que le dedica un pequeño opúsculo, La Destrucción de Doramas (1830), donde recoge muy expresivamente todo el dolor y rabia del que sufre en presente la desaparición de un bien público, con la esquilma sistemática del bosque, de su magia, de su paisaje...

Adiós, Doramas: ya el tirano llega
a destruir la obra de Natura;
ya la esperanza de la edad futura
¡ay! en un mar de lágrimas se anega.

Ya ni la lluvia que los campos riega
volverá a descender sobre la altura,
ni se verán cubiertas de verdura
la recortada loma y fértil vega,

El gallardo laurel, el prócer tilo,
la yedra que a sus troncos se abrazaba
soberbia de tener tan dulce asilo:
Todos, todos caerán, y donde estaba
anidado el placer, puro y tranquilo,
entrará la ambición que todo acaba.

Después, vino otro periodo de silencio, de reclusión del bosque a los más oscuros lugares, así como de los infructuosos intentos de la administración por conservar y regenerar una parte de aquella idílica naturaleza.


Así, Francisco González Díaz, nuestro primer ecologista, pone su pluma al servicio de la conservación de “Las Madres de Moya”, cuando en 1901 se quería consumar su tala; también Miguel de Unamuno hace una preciosa descripción de aquellos lares cuando baja a ellos en 1910.

De época ya más reciente, es el pánico ancestral que mis vecinos sentían cuando tenían que atravesar al atardecer la tenebrosa y amenazadora masa vegetal del Barranco Oscuro, uno de los escasos relictos supervivientes de la Selva -de este miedo vecinal al bosque ya habla Chil y Naranjo en 1871 (Santana & Moreno, 1993)- y las historias que en las tiendas de Corvo, en pleno corazón de la antigua Montaña, contaban viejos y valerosos leñadores sobre sus batallas contra árboles monumentales colgados de riscos imposibles, derribando a hachazos alguno de aquellos “graves señores del bosque” a los que glosó Tomás Morales en su poema Tarde en la Selva (1910).

Palos blancos, mocanes, viejos laureles, descuellan entre castañeros y eucaliptos, brezales y retamares, y bajo su dosel, crecen otros arbustos nobles más umbríos de la laurisilva. Cerrajas de monte, barbomoros, zumaqueros, reinas del monte, poleos y salvias se refugian en los tabucos esperando no ser encontrados por los yerberos de barrio que se descuelgan por los riscos a la corta de doradillas, culantrillos, hierbas de Santa María o crestas de gallo.

La Selva de Doramas se guarda en estos contados refugios secretos, delicados trozos del bosque primigenio, que sucumbió a las hachas y los incendios y que se convirtió en mito y leyenda del archipiélago, elogiado por poetas, literatos, historiadores, científicos y por la noble gente campesina que lo conoció en su esplendoroso apogeo.


El futuro reverdecer

Hoy, en su mayor extensión, la Montaña de Doramas es un paisaje domesticado. Cada parcela tiene su nombre y apellido. Todas ellas producen y mutan al ritmo de las estaciones y del esfuerzo humano. Ciclos productivos que dan papas, millos, tomates, habichuelas, cañas, lagumes, forrajes, eucaliptos. A su vera se crían pequeños ganados y se multiplican, salvajes, conejos y tórtolas, mirlos y capirotes, cernícalos y ratones...

Pero, también, en medio de este laboreo, continuo y constante, hay parcelas que ya son del bosque agazapado. Son criaderos de zarzas y brezos, de laureles y fayas. Allí ya campan otros nombres. Ya el dueño no está. O no viene. O no puede ya cultivar.

Y allí, estos retales de la mítica y umbrifera Selva de Doramas, como los gatos cuando salen de caza, recuperan sus viejos instintos de regeneración.

Igual que cada gato domesticado alberga aún el alma cazadora del tigre, en cada parcela abandonada crece el fiero deseo del bosque de volver a ocupar, a verdear, a sellar de árboles, de arbustos, hierbas y enredaderas, este paisaje.

Hasta el siglo XV era su dominio. Hoy, agazapado, sin prisas, inmortal, espera de nuevo su oportunidad. Aquí y allá, pequeños músculos de bosque se ejercitan, se estiran y esperan su momento.

¡Seguro que volverán a ser los dueños, los señores, de estas hoy labradas medianías grancanarias!

- Descargar carta [PDF] Algunos apuntes

-Mapa del siglo xv donde se especifica su extensión:





Para saber más sobre la Selva de Doramas:
  • CABALLERO MÚJICA, F., 1973. Pedro Cerón y el Mayorazgo de Arucas. Ayuntamiento de Arucas.
  • SANTANA SANTANA, A., 1986. Historia de un bosque: la Montaña de Doramas.Universidad Politécnica de Las Palmas, Instituto de Ciencias de la Educación.
  • SANTANA SANTANA, A. & MORENO MEDINA, C., 1993. “A propósito de la descripción de Chíl y Naranjo sobre Los Tilos de Moya”. Vegueta nº1.
  • SÁNCHEZ ROBAYNA, A. 1991. “Cairasco de Figueroa y el mito de la Selva de Doramas”. Anuario de Estudios Atlánticos, nº37 (1991).
  • SÁNCHEZ ROBAYNA, A., 1995. “Más sobre la Selva de Doramas” (Notas bibliográficas). Estudios Canarios. Anuario del Instituto de Estudios Canarios XXXIX (1994), 1995.
  • SUÁREZ RODRÍGUEZ, C., 1991. Estudio de los relictos actuales del Monteverde en Gran Canaria. Gobierno de Canarias/Cabildo Insular de Gran Canaria.
  • No hay comentarios:

    Publicar un comentario